miércoles, 31 de agosto de 2016

Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano representado en cien empresas

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Alessandro Martinengo y Antonio Gargano presentan así esta obra, «que se sitúa en el punto de confluencia de de la tradición de los avisos o preceptos dedicados a los príncipes, y de la tradición de los emblemas y empresas, puestas de moda en Europa por Alciato: la enseñanza político-moral se desarrolla en esta obra a lo largo de 101 pequeños capítulos basados en sendos emblemas con su lema correspondiente. Su primera edición data de 1640 y vio la luz en Munich; en 1642, después de una profunda reflexión, se edita por segunda vez en Milán. La redacción de esta obra se remonta en gran parte a los años comprendidos entre 1633 y 1640, cuando su autor recorría, a causa de su oficio, Alemania, Suiza, Borgoña e Italia septentrional.

»Saavedra nació en 1584 y murió en 1648; fue embajador en la Roma del cardenal Borgia; posteriormente, las múltiples misiones diplomáticas en el norte de Europa le proporcionaron una riquísima experiencia sobre aquellos países en la época de la guerra de los Treinta Años, hasta el punto que recibió el encargo de representar a España en la Dieta de Ratisbona y, luego, con el grado de ministro plenipotenciario, en el Congreso de Münster (1643-1645).

»Hijo de la mentalidad absolutista propia del siglo, y formado en la experiencia de una situación bélica continuada entre las naciones, sólo concibe las relaciones políticas en términos de puro poder y de conservación de dicho poder, aun sin ser del todo insensible a los temas más progresistas del momento, como la libertad de iniciativa económica, el derecho inalienable a la propiedad (escudo contra las prevaricaciones del poder) o la independencia de la magistratura (aunque se muestra bastante menos sensible ante el problema de la libertad de conciencia y ante los extraordinarios descubrimientos científicos de su tiempo). Prevalece en él, sin embargo, la angustia de la inestabilidad (…) y el pesimismo antropológico: ningún enemigo mayor del hombre que el hombre, asevera la empresa XLVI (…) El arte de gobierno le parecerá, desde luego, una ciencia, pero práctica y empírica: Toda la ciencia política consiste en saber conocer los temporales y valerse de ellos (empresa XXXVI); el príncipe deberá practicar el disimulo y, donde la fuerza y la autoridad soberana no llegasen a garantizar un logro, recurrir al compromiso (…) desde el momento que suprema ley es la salud del pueblo (empresa XXXII) (…)

»Si el príncipe tiene ante sí a ministros y súbditos cada vez más conscientes de sus propios derechos, no debemos sorprendernos si Saavedra juzga prudente en este caso que aquel sepa, a tiempo y en el lugar debido, acomodar sus acciones a la aclamación del vulgo (empresa XXXII) y gobernar a satisfacción del pueblo y de la nobleza (empresa XXXVIII). Pero no se trata únicamente de prudencia y de cálculo; en realidad nuestro escritor, retomando las teoría de Francisco Suárez, sostiene que el poder regio tiene su origen primero en el consentimiento común y en la aprobación de todos (empresas XX, XLVI, LII, etc.)»

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