viernes, 2 de diciembre de 2016

François-Noël Graco Babeuf, Del Tribuno del Pueblo y otros escritos

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Sebastián Miñano agregó a su traducción de la Historia de la revolución francesa de Thiers numerosas notas biográficas, que reunimos y comunicamos en el volumen 63 de Clásicos de Historia. En conjunto constituyen un completo catálogo de todos los personajes que participaron en estos acontecimientos. Reproducimos a continuación la muy crítica ―y seguramente poco ecuánime― correspondiente al autor de esta semana:

«Camilo o Graco Babeuf nació en las cercanías de S. Quintin de un empleado en las gabelas bastante pobre, y salió de la casa paterna a la edad de 16 años para entrar al servicio de un señor de las cercanías de Roye. Como tenía buenas disposiciones, quiso su amo darle alguna educación y adquirió los conocimientos necesarios para con el auxilio de su amo subir a mayordomo. No tardó en casarse con la criada de la casa, pero habiéndose conducido luego mal, hubo que despedirle y aun perseguirle por lo que se había comido, así de su amo como de otros que por respetos suyos le habían confiado sus negocios, como el prior de Saint Aubin y el marques de Soyecourt. El mal éxito de sus asuntos, que él atributa a la injusticia de los hombres, le hizo arrojarse de lleno en los principios revolucionarios. Escribió varios folletos contra las gabelas, los subsidios, y el régimen feudal, que sólo le produjeron algunos meses de cárcel de la cual salió gracias a las circunstancias. En 1792 le nombraron administrador del distrito de Montdidier, pero a los dos meses le acusaron de haber falsificado varias firmas en una escritura de adjudicación de bienes nacionales y le condenó el tribunal criminal del Soma a 12 años de galeras, pero habiendo apelado al tribunal del Aisne, salió absuelto y se vino a París. Allí vivió obscuramente hasta la jornada del 31 de mayo, tan fatal para los girondinos, de cuyas resultas le nombraron secretario de la comisión de víveres, pero al poco tiempo le prendieron otra vez por ciertas trabacuentas, aunque no tardaron en soltarle. Desde entonces se obscureció durante todo el tiempo del terror, y cuando cayó Robepierre abandonó enteramente la carrera administrativa y se metió a periodista, bajo el nombre de Graco.

»El objeto primitivo de su diario intitulado El Tribuno del pueblo, fue perseguir encarnizadamente a los jacobinos y terroristas, tanto que estos le miraban como su mayor enemigo. Pero de pronto tomó a su cargo restablecer la antigua facción del ayuntamiento de París y se volvió contra los thermidorianos. Allí era el sacar a la luz pública los robos de Tallieu, las crueldades de Freron, la embriaguez de Dourdon del Oisa, las queridas de Pumont, los carros cubiertos sacados de Maguncia por Merlin de Thionville y todas las demás miserias de aquellos regeneradores de la Francia. Ya se deja discurrir cual sería el escándalo que se armaría entre aquella buena gente y las persecuciones de que sería objeto tanto de parte de los thermidorianos como de los antiguos partidarios del terror. Por fin le acusó Tallien de que envilecía a la convención y logró que le prendieran el 29 de enero de 1795, mas habiéndole enviado a la cárcel de Arras, no tardó en alcanzarle la amnistía que se publicó al cerrarse la convención. De vuelta a París, tornó a publicar su Tribuno del Pueblo, no ya contra los mismos personajes que anteriormente, sino contra la tiranía del directorio, explanando además su famoso y anticuado sistema de la nivelación universal. Mandósele de nuevo arrestar en mayo de 1796 y se le formó causa de conspiración contra la constitución del año III. Después de haber escrito al directorio... le condujeron al tribunal de policía, y durante el interrogatorio se dirigió a uno de los porteros para pedirle un vaso de agua diciéndole: «Esclavo, dame de beber.» Desde entonces comprendió el auditorio y el público que aquella cabeza estaba trastornada y que toda aquella gran conspiración podía muy bien ser en parte fruto del delirio y en parte obra de la policía. Pero no hubo remedio, y por más que el jurado declaró que no había habido conspiración, fue Babeuf condenado a muerte el día 25 de mayo de 1797. En vano protestó Mr. Real que era defensor suyo y de Arthé, sino que tuvo que decirles la suerte que les esperaba. Al momento se mataron ambos con un buido que llevaban oculto en el vestido y llevaron sus cadáveres a la guillotina donde les cortaron las cabezas. Dejó Babeuf dos hijos de tierna edad, que adoptaron después Félix Lepelletier y el general Turreau.»


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