viernes, 16 de diciembre de 2016

Soto, Sepúlveda y Las Casas, Controversia de Valladolid

Domingo de Soto
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La conquista y ocupación de América generó desde sus inicios un agitado debate sobre su conveniencia, ética, legitimidad y resultados. Diversas voces ―conquistadores y encomenderos, misioneros, teólogos, juristas y cronistas― polemizaron de forma creciente con argumentos y con violencias, persiguiendo en último y decisivo término la anuencia del Emperador. En esta situación tuvo lugar la denominada Controversia sobre los derechos del rey de España relativos a la conquista de las Indias, celebrada en Valladolid, y convocada los primeros días de julio de 1550. Ante un selecto auditorio de altos funcionarios de los Consejos de Indias, Castilla y Órdenes, y algunos de los más destacados teólogos de la época, se van a enfrentar los representantes de las dos posturas: el obispo de Chiapas Bartolomé de Las Casas, y el cronista real Juan Ginés de Sepúlveda. Este último el mismo día 8 escribirá preocupado a Carlos I, a la sazón en Augsburgo, por lo que considera una auténtica encerrona, poniéndose la venda antes de la herida: «Yo he entendido que S. M. manda que se haga junta de letrados que determinen la manera que se ha de tener para hazer la conquista de Indias y que los Theologos sean frai Bartholome de Miranda y frai Domingo de Soto y frai Melchior Cano y estoi espantado de que tal consejo dio a S. M. porque no se podia nombrar en España a otros mas contrarios al proposito de S. M. para su onrra y conciençia y hazer lo que conviene a la conversion de aquellas gentes. Porque sepa V. S. que los que antes de mi escribieron en esta materia de las Indias fueron estos tres y frai Francisco de Vitoria y el magistral Gaetano todos frailes de Santo Domingo y todos escribieron diziendo e dando a entender que esta conquista es injusta… e si agora meten a estos en la consulta de la manera que se ha de hazer la conquista es cierto que siguiendo su pertinacia han de dezir lo mismo y con razones sophistas confundir a los canonistas y turbar la cosa de tal manera que no se haga a derechas sino todo al reves de lo que conviene pues su opinión es errada y contraria al bien público y a la determinación de la Iglesia hecha por Alexandro en favor de los reyes de España.»

No fue propiamente un debate: en las abundantes sesiones que se desarrollaron entre los meses de agosto y septiembre de 1550, y abril y mayo de 1551, los dos ponentes expusieron sus respectivas tesis; Domingo de Soto las resumió y confrontó sin valorarlas (aunque se quedó con las ganas); y finalmente volvieron a intervenir Sepúlveda y Las Casas para argumentar contra lo dicho por su oponente. Pero a pesar de todo, el empeño no tuvo un claro resultado. Como señala Pedro Borges, «tanto Sepúlveda como Las Casas se consideraron personalmente vencedores en la controversia. Para los lascasistas, la junta, y con ella la Corona, terminó dándole la razón a fray Bartolomé, quien de esa manera se alzó con en triunfo en esta refriega verbal. Para los menos afectos a Las Casas, el auténtico vencedor fue Juan Ginés de Sepúlveda.»

Vidal Abril-Castelló, por su parte, analizó la cuestión buscando los puntos de contacto (y las rectificaciones) de ambos contendientes: «Reducida la polémica a su estructura central, el esquema parece sencillo: ambos antagonistas plantean la misma cuestión, la resuelven por el mismo procedimiento y desembocan en el mismo resultado final. La cuestión es la legitimidad de las guerras de conquista con vistas a la evangelización. El procedimiento de solución es la expropiación política por razones de bien común. El resultado final conjunto es exactamente el que pretendía la Corona al convocar oficialmente la Junta: cristianización de los indios y su incorporación al imperio. ¿Dónde está, entonces, la bipolarización y en qué consiste? Precisamente en que cada uno de los antagonistas plantea e interpreta exactamente al revés cada uno de los temas debatidos, y lo resuelve sobre bases y según criterios de valor diametralmente opuestos. Reducida, a su vez, la bipolarización a su dimensión última, nos encontramos con dos éticas de conquista y de captación del indio diametralmente opuestas:
     »a) Ética de la fuerza y de la presión política por parte del Estado colonizador, como instrumento legítimo y necesario para la pacificación y la plena incorporación del indio al imperio: paso previo, a su vez, para su ulterior evangelización y conversión; tarea que así se presume y concibe como más fácil, más eficaz y, desde luego, ya enteramente libre para el indio y para los ministros de la Iglesia.
     »b) Ética de la captación pacífica y de la presión de conciencias por parte de la Iglesia evangelizadora, como único instrumento legítimo y necesario para la libre conversión y la plena incorporación del indio a la Iglesia; paso previo, a su vez, para su ulterior incorporación plena al imperio; procedimiento que así se se presume y concibe como más fácil, más eficaz y, desde luego, el único justo y legítimo para el indio, para la Iglesia y para la Corona española.» (En la obra colectiva Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca. La ética en la conquista de América, CSIC, Madrid 1984.

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