viernes, 6 de enero de 2017

Marco Tulio Cicerón, El sueño de Escipión

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Macrobio (siglo IV) inicia así su comentario a la obra que nos ocupa: «Entre los libros de Platón y Cicerón que ambos dedicaron al Estado, hemos observado a simple vista que aquel organizó la república, éste la describió; uno expuso cómo debería ser, el otro, cómo la instauraron nuestros antepasados. Sin embargo, en un aspecto la imitación conservó al máximo su conformidad con el modelo: Platón, al final de su libro, hace que cierto personaje, tras volver a la vida que parecía haber dejado, cuente cuál es la condición de las almas despojadas de los cuerpos y añada una descripción nada superficial de las esferas celestes y de los astros, en tanto que el Escipión ciceroniano ofrece una imagen similar de la naturaleza, que le habría sido sugerida durante el sueño. Pero ¿qué necesidad tuvo Platón de semejante ficción o Cicerón de un sueño como ése, especialmente en los libros en que hablaban de la ordenación del Estado? ¿Qué interés tenían en describir, entre las leyes para gobernar las ciudades, los círculos, las órbitas y las esferas, y en tratar del movimiento de los planetas y la revolución del cielo?» Y con este punto de partida elabora una prolija obra, con carácter neoplatónico, que se ocupa del cosmos y sus esferas, el lugar del alma en él, la Tierra (por supuesto esférica) como centro de aquel, así como de las propiedades místicas de diversas artes: numerología, música… El éxito de esta obra de Macrobio permitió la conservación del pasaje de la República de Cicerón, del libro VI, que había tomado como punto de partida.

C. S. Lewis, en su interesante La imagen del mundo. Introducción a la literatura medieval y renacentista (o mejor, en su título original, The Discarded image, 1964), se refiere así a esta breve obra: «Escipión comienza diciéndonos que durante la tarde que precedió a su sueño había estado hablando sobre su abuelo (adoptivo), Escipión el Africano Mayor. Ésa es sin duda ―dice― la razón por la que se me apareció en mi sueño, pues nuestros sueños suelen nacer de los pensamientos que preceden al sueño (…) El Africano Mayor lleva al Africano Menor a un cerro desde donde contempla Cartago: “desde un lugar elevado, brillante y resplandeciente, lleno de estrellas”. De hecho, están en la esfera celestial más alta, el Stellatum. Esta descripción es el prototipo de muchas subidas al cielo de la literatura posterior: la de Dante, la de Chaucer en Hous of Fame), la del espíritu de Troilo, la del amante de King's Quair. En una ocasión, Don Quijote y Sancho estuvieron convencidos de que estaban realizando la misma subida.

»Después de predecir la futura carrera política de su nieto… el Africano le explica que “todos los que han sido salvadores o paladines de tierra natal o han acrecentado sus dominios tienen reservado un lugar en el Cielo”. Esto constituye un buen ejemplo del refractario material que hubo de afrontar el sincretismo posterior. Cicerón estaba fabricando un cielo para los hombres públicos, para los políticos y los generales. Ni los sabios paganos (como Pitágoras) ni los santos cristianos podían entrar en él. Aquello era completamente incompatible con algunas autoridades paganas y con todas las cristianas. Pero, como veremos más adelante, en este caso se había logrado una interpretación armonizadora antes de que se iniciase la Edad Media (…) En la literatura posterior vamos a encontrar otros detalles procedentes del Somnium, aunque indudablemente no fue el único conducto por el que se transmitieron todos ellos. En (un) apartado tenemos la música de las esferas; en (otro) podemos ver que el Sol es la mente del mundo, mens mundi (…) Como todos sus sucesores, Cicerón considera la Luna como la frontera entre las cosas eternas y las perecederas y también afirma la influencia de los planetas en nuestro destino: de forma bastante vaga e incompleta, pero también sin las salvedades que habría añadido un teólogo medieval.»

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