domingo, 22 de octubre de 2017

Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales



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Una buena parte de la imagen popular de los orígenes de la España contemporánea proceden de esta magna empresa de Benito Pérez Galdós, su recreación novelada. Su éxito entre el público se mantuvo hasta nuestros días, a través de cambiantes regímenes y modas ideológicas más o menos efímeras. Y eso a pesar de que Galdós no renuncia en ningún momento a enunciar sus propios principios y planteamientos: nacionalismo, liberalismo progresista y republicano, un anticlericalismo moderado aunque patente… Todo ello en absoluto limita su enorme interés literario e histórico, al contrario: advertimos sus tomas de partido, sus filias y sus fobias, como facetas que enriquecen nuestro acercamiento a la época, aunque no las comportamos. Pero quizás resulte más útil releer al maestro Julián Marías, en su artículo La clave de los Episodios Nacionales, publicado en ABC en 1987:

«Acabo de terminar la lectura ―relectura en gran parte― de los cuarenta y seis volúmenes de los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Los he leído seguidos y por su orden. La impresión que producen así es considerablemente diferente de la que viene de una lectura fragmentaria y a salto de mata. Debo adelantar que, salvo una decepción final de la que será menester hablar, pocas veces he tenido mayor placer literario, o he sentido mayor admiración por un novelista. Sorprenderá que diga esto a propósito de los Episodios, que suelen ser desestimados incluso por los devotos de Galdós (…) Los Episodios Nacionales suelen verse más como una crónica de tres cuartos de siglos de la historia de España, desde Trafalgar hasta los primeros tiempos de la Restauración. Sin duda son esto, con un valor asombroso, salvo contadas excepciones. Pero lo que los Episodios son, antes que otra cosa, es una maravillosa serie de novelas. Desiguales, ciertamente, pero casi siempre con enorme talento de novelista y de historiador a la vez.

»Galdós era un escritor fecundo y rapidísimo. Solía poner al final de sus libros las fechas de composición: la mayoría de los tomos de los Episodios fueron escritos en dos, tres, rara vez cuatro meses. Y sorprende la extraordinaria documentación que los respalda; no sólo la propiamente histórica, sino la geográfica de innumerables lugares, ciudades, pueblos, montes, ríos, llanuras, puertos de montaña o de mar; y la que corresponde a los oficios y a los diversos estratos de la sociedad: desde los conventos hasta la técnica de los cereros o de los pescadores. Los diez tomos de la primera serie y los diez de la segunda se escribieron entre 1873 y 1879, aunque parezca increíble; luego viene la gran interrupción, en que Galdós se dedica a la novela contemporánea, y en 1898 ―después de Misericordia, que es de 1897― reanuda la publicación de las series tercera y cuarta, veinte volúmenes hasta 1907. Por último, la serie final, incompleta, seis tomos entre 1907 y 1912. Hay diferencias importantes. Primero escribe Galdós de épocas no vividas por él (nació en 1843), imaginadas, reconstruidas, recreadas; en la cuarta serie empiezan a funcionar los recuerdos personales, la experiencia propia; la final, tan distintas de las anteriores, sobre todo los tres últimos volúmenes, se refiere a lo que Galdós vivió como adulto.

»Antes de empezar a escribir los Episodios Nacionales, ya en 1870, concibe Galdós la posibilidad ―y la conveniencia― de la gran empresa. Su novela La Fontana de Oro lleva un brevísimo prólogo, fechado en diciembre de ese año. Dice así: “Los hechos históricos o novelescos contados en este libro se refieren a uno de los períodos de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de reorganización que principió en 1812 y no parece próxima a terminar todavía. Mucho después de escrito el libro, pues sólo sus últimas páginas son posteriores a la revolución de septiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos y algo de lo que hoy pasa; relación nacida sin duda de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820-23. Esta es la principal de las razones que me ha inducido a publicarlo.” (...)

»Galdós era excepcionalmente inteligente. Su espontaneidad como escritor, su aparente descuido, su atención a los detalles cotidianos, incluso a los que se refieren a la comida, su trivialidad frecuente ―en general, y salvo “caídas” personales, justificada porque narra formas triviales de la vida―, todo eso ha hecho que con frecuencia se pase por alto su perspicacia, la hondura de su visión, la profundidad de los personajes. Hay una líneas en Montes de Oca, escritas en 1900, donde aparece la justificación de los Episodios como forma literaria y, si no me equivoco, mucho más: una comprensión profunda de la condición de la vida humana. Galdós dice así: “No hay acontecimiento privado en el cual no encontremos, buscándolo bien, un cabo que tenga enlace más o menos remoto con las cosas que llamamos públicas. No hay sucesos histórico que interese profundamente si no aparece en él un hilo que vaya a parar a la vida afectiva.”

»¿Qué quiere decir esto? Galdós comprende lo que es la circunstancialidad de la vida humana; lo privado, lo que se refiere a las personas como tales, no se reduce a ellas, sino que lleva a la realidad social, colectiva, pública, en que están insertas, de cuya sustancia están hechas. Es ilusorio el utopismo, y cuando se intenta por el escritor, las figuras humanas quedan mutiladas, paradójicamente menos personales. Pero, al mismo tiempo, descubre Galdós, casi sin darse cuenta, el carácter dramático de la vida, tanto individual como colectiva. Ningún suceso histórico interesa profundamente ―dice Galdós― si no está referido a la vida afectiva, es decir a la realidad palpitante, estremecida, de las vidas singulares; dicho con otras palabras, si no le pasa a alguien.

»Lo colectivo como tal no interesa, no conmueve, no apasiona; a última hora no es inteligible, carece de sentido, nos deja indiferentes. Es menester la proyección en vidas concretas, insustituibles, para que sintamos interés y para que podamos, simplemente, entender. Este es el error de muchos historiadores, muy especialmente en nuestra época, que olvidan que la historia está realizada por hombres y mujeres, es decir, por vidas individuales, aunque lo que resulta de sus acciones vaya más allá de ellas, de sus voluntades, de sus propósitos, hasta de lo que habían imaginado. Por eso la España del siglo XIX se comprende incomparablemente en los Episodios Nacionales: en ellos se ve que todo lo que sucedió entre 1805 y 1880 le pasó a alguien, a los personajes históricos tomados como personajes de ficción, mezclados con los que no eran más que eso (quizás Unamuno diría “nada menos que eso.”)

»Quiérese decir que unos y otros están imaginados, vistos por dentro, entrelazados además. Eso es, precisamente, la verdad histórica: los personajes “históricos”, famosos, han vivido con ―a veces para― los otros, los que no aparecen en los libros, los que han vivido solamente sus vidas privadas. Y por eso Galdós tiene que crear un fabuloso mundo de personajes de ficción, un asombroso mundo novelesco.»

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