lunes, 1 de enero de 2018

Gonzalo de Illescas, Jornada de Carlos V a Túnez

Ilustración de Reding
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Alonso de Santa Cruz comienza así la quinta parte de su Crónica del emperador Carlos V: «Como al Emperador viniese a la memoria la venida de Barbarroja, Capitán General de Solimán, Príncipe de los turcos, en África, con armada y gente turquesa, y como había usurpado lo más del Reino de Túnez para desde allí hacer todo el daño que pudiese a los cristianos en la isla de Sicilia y Cerdeña y en la costa de Italia y en los navíos que fuesen o viniesen de poniente a levante con ayuda del Rey de Francia, el cual tenía hecha paz y liga con el Gran turco, acordó de pasar en África y atajar todos los dichos males con echar a Barbarroja del Reino de Túnez, que tenía tiranizado, y para dar parte de este su santo propósito, mandó llamar al Presidente y a los de su Consejo Real, a los cuales hizo una gran habla diciéndoles las cosas tan justas que le movían a querer pasar en África y conquistar el Reino de Túnez, y para ello hacer un grueso ejército y armada poderosa, por estar seguro de los Príncipes cristianos que no eran sus amigos, y como los del Consejo le respondiesen no mucho conformándose con su voluntad, les tornó a replicar cómo él estaba determinado con la ayuda de Dios de ir en persona a la ciudad de Barcelona para proveer en la armada y lo que más había de llevar, y así partió de Madrid para Cataluña dejando poder a la Emperatriz para administrar y gobernar sus Reinos.»

Una generación más tarde el beneficiado de Dueñas Gonzalo de Illescas (1521-1574), en la segunda parte (1573) de su magna Historia Pontifical y Católica, incluye un brillante y ameno capítulo con el título de «Quien fue el famoso cossario Hariadeno Barbarroxa, y la jornada que hizo contra el nuestro Emperador Carlos Quinto, en el año de mil y quinientos treinta y cinco, hasta ganar la Goleta, y la insigne ciudad de Tunez.» Su transformación en una obra independiente se debe a su publicación separada en 1804 por parte de la Real Academia Española, y a su reproducción, sin referencia a la obra original, en el tomo 21 de la Biblioteca de Autores Españoles (1858); es ésta la edición que utilizamos. En ella Cayetano Rosell señala que «sus pequeñas proporciones parece que tienen por objeto concentrar más su mérito y su belleza, pues difícilmente podrá hallarse trabajo más armónico y concluido, ni opúsculo en que más hábilmente estén resumidas todas las partes que constituyen una perfecta historia: plan bien trazado y distribuido, estilo ameno, pintoresco, gallardo, digamoslo así, como la índole del asunto lo requería; descripciones oportunas y variadas; la narración sostenida con grandísimo interés, de tal modo que parece una novela o un poema; los personajes colocados en su verdadero punto de vista; en suma, el talento compitiendo con el arte, y produciendo un modelo que, a pesar de su pequeñez, no dejara de hallar panegiristas y admiradores.»

La importancia de la aportación historiográfica de Illescas es resumida así por Emilio García Lozano: «Como gran humanista, entiende la historia como un hecho universal, total, que tiene un único objeto: la búsqueda de la verdad. Este concepto de la historia lo intenta llevar a cabo, en primer lugar, mediante una probada honestidad, informándonos repetidamente sobre los autores que lo afirman y las discrepancias que tiene con ellos. En innumerables ocasiones nos comenta que sigue a un determinado autor o que está resumiendo el contenido de cierto libro o que podemos hallar más información en tal autor. En segundo lugar, le interesa especialmente la noticia, rigurosamente seleccionada, mediante el directo conocimiento de los testigos de vista. Su relación a través de cartas, con lo más nutrido del humanismo internacional al estilo erasmista debió ser particularmente intenso.»


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